El debate sobre si la tecnología se ha convertido en abrumador por su inmensidad y capacidad, nos hace pensar y llegar a la inevitablemente en una pregunta: ¿Qué es lo que realmente buscamos el usuario final? Cuando interactuamos con una nueva herramienta o software, nos enfrentamos a menudo a una constante actualización.
Por un lado, tenemos aplicaciones que nos impresionan con miles de opciones, menús desplegables infinitos y múltiples opciones para hacer clic en un instante, un claro ejemplo de una tecnología abrumadora. Estas aplicaciones, aunque sean muy potentes, pueden generar lo que se conoce como fatiga de decisión; la complejidad, nos hace ver con facilidad la funcionalidad de la aplicación u esta se convierte en un obstáculo.
El usuario se siente perdido ante la magnitud que podemos encontrar en algunas aplicaciones y, en lugar de sentirse empoderado, se siente frustrado. y por ende hemos visto que en estudios a nivel mundial el 37% aproximadamente no ha aceptado el avance tecnológico y siguen gestionando sus labores o agendas o trámites de manera tradicional, evitando así sentirse frustrados e incapaces de poder disfrutar de las herramientas tecnológicas.
Sin embargo la gran mayoría de los el consumidor moderno valora la integración perfecta de la función con la forma, la simplicidad que esconde una sofisticada aplicación y la sensación de que la herramienta desaparece para permitirles enfocarse en su tarea, ya sea crear, comunicarse o trabajar. La tecnología que gana no es la que presume de ser la más grande o la más compleja, sino la que mejor responde a sus necesidades específicas, haciendo que la complejidad de su diseño pase totalmente desapercibida y de esta manera el usuario se sienta satisfecho usando estas aplicaciones.
En este contexto, la tecnología verdaderamente exitosa no es la que abruma, sino la que se siente tan orgánicamente completa que se convierte en una extensión natural de la vida del usuario.


